La
siesta del martes empieza con la salida de un tren a las once de la mañana en un
martes de agosto. Me
parece interesante el hecho de que no recibimos informaciones sobre el nombre
del lugar de donde sale el tren y tampoco no sabemos a dónde se dirige el tren.
Solamente averiguamos que el lugar de donde salió el tren se encontraba cerca
del mar (no se volvió a sentir la brisa del mar).
En un escueto vagón de tercera clase
encontramos a una madre que viaja acompañada de su hija (de 12 años) hacia un
pueblo. Ambas guardaban un luto riguroso y pobre y la niña tenía un ramo de
flores. Después de casi tres horas de viaje la mujer con su hija llegan al
pueblo que flotaba en el calor.
Una vez llegadas en el pueblo (que estaba en la siesta), ambas se dirigieron a
la casa cural, donde averiguamos la razón por la cual las dos se encontraban en
este lugar. Ellas vinieron a visitar la tumba de un hombre que ha sido
asesinado injustamente. Más tarde encontramos que el hombre era en realidad el
hijo de la mujer y el hermano de la niña. El nombre del muchacho era: Carlos
Centeno Ayala y fue asesinado una semana antes por una señora que se llamaba:
Rebeca.
Para poder
visitar la tumba de Carlos, la madre necesitaba las
llaves del cementerio, que
las recibió después de algunas insistencias. El cuento termina con el momento
en el que las Ayala (madre e hija) salieron en la calle, delante de todo el
mundo.
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